Tuesday, March 27, 2007

QUIMERAS E HIPNALES

Estos dos microrrelatos fueron publicados hace poco en Odiel (18-3-2007, p. 7; el primero de ellos, además, quedó finalista en un concurso de una web colombiana: http://www.sicenelmedio.com/index.asp?noticia=3099). Aquí en Huelva, poca gente los entendió y además recibí algún comentario burlesco gracias a ellos. Son dos textos puramente parnasianos, algo complicados, ejercicios literarios que no tienen mérito mucho más allá de ejercitar la palabra (aunque tampoco merecen que se los linchen por pura ignorancia). Al contrario que la mayoría de los procesos literarios, en ellos surgió primero el título, un día cualquiera, jugueteando con las palabras, medio en sueños, y después los vestí torpemente (que diría Bécquer) con lo que sigue detrás.



El sueño de la Quimera

Incluso antes de conciliar el sueño, pudo percibir el raro azul del claro de luna que envolvía la figura de Pegaso como encerrando sus alas en el círculo mudo de un escudo corintio. Ahora, bajo las ramas de aquel olivo milenario que le dibujaba las sombras, una indolente neblina comenzó a bañar el olvidado alcor donde le sorprendió la noche. El olor a azufre y almizcle que se le había emboscado en torno a la cara terminó por despertarle. La luz azul de Hécate asaltó tímidamente sus ojos glaucos depositando con suavidad sobre la mente una imagen difusa de bestia extraña que ocupaba el lugar del hijo de la Medusa... León, Cabra, Serpiente. Y el Fuego..., derramándose con lentitud entre las fauces como en un llanto de lava. Las venas gruesas y palpitantes trazaban caminos de belleza imposible entre los recios músculos del joven, desnudo y levemente acariciado por la amable brisa del agosto del Istmo. La duermevela y la bruma le tenían paralizado mientras la bestia se acercaba lentamente bebiéndose su propio fuego, con los rojos ojos buscándole los suyos. Sin saber ni cómo ni por qué, le sorprendió una nueva sombra, robusta y erguida, que asomaba por entre el suave y rubio vello del pubis. El espíritu del Protector de los jardines le había poseído a través de la triple contemplación de la bestia circundada de niebla y luna. Una lengua tibia lamió dócilmente la sombra y ésta se perdió delicadamente una y otra vez en bocas desiguales y sedientas. Finalmente, de entre la oscuridad surgió la luz en una suerte de estallido que volvió a depositar al asombrado joven a las puertas del Reino de los sueños...
En aquel preciso instante, en una de las más altas rocas de la rocosa Licia, la Quimera se despertó tres veces al contacto del primer rayo de Sol.

El silo ante el hipnal

El silo no era suyo. Bueno, sí lo era, pero no lo consideraba suyo porque había sido legado de generación en generación, de padre a hijo, hasta llegar a él, desde los tiempos en que Fernando III el Santo cruzara ante la orgullosa construcción, de paso hacia Sevilla, para someter a los moros. Durante siglos fue molino altivo y robusto, dueño de una conocida encrucijada, paso obligado de caminantes y ejércitos. Ante él desfilaron las tropas de Felipe II de camino a las Américas y las de Fernando VII alejándose de los franceses. Después perdió las aspas y se reconvirtió en silo, y siguieron pasando soldados: los de Alfonso XIII de camino hacia el Rif y las milicias republicanas huyendo de Queipo de Llanos. Siempre había estado allí. Era como un patrimonio de la historia. Pero también del paisaje, de un paisaje formado por una naturaleza exuberante y casi mágica. Se decía que en su interior, por las noches, mezclados con los granos de trigo, solían danzar los duendes... No era suyo. Por eso, cuando un hombre de la ciudad vino para comprar aquel silo viejo y arruinado y transformarlo en un restaurante rústico a la moda, él se sumergió en una profunda melancolía. No tenía familia. Le hacía falta el dinero para poder estudiar en la Universidad y se le presentaba una oportunidad única. Sin embargo, el viejo silo era para él como un padre prodigioso y comprensivo que le animaba el alma. No sabía qué hacer. Debía decidirse pronto. La noche antes de vencer la oferta la pasó entera en el interior del silo. Pensando. Soñando un poco también. Salió al despuntar el alba, con la decisión tomada, camino del pueblo. Al cruzar la puerta del viejo silo, quedó paralizado por una hermosa serpiente que se erguía ante él, bajo los tonos rosados de la alborada, mirándole fijamente a los ojos.

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